Tengo sentimientos encontrados respecto al Guggenheim de Bilbao. Por una parte, cómo negar el efecto de ese edificio de Gehry en la ciudad norteña, imagen siempre de un mes de los calendarios más modernos de ventas en librerías de diseño, portadas de tantos libros de arquitectura de los que se ponen en la mesa de centro del salón, visita obligada de miles de turistas a un enclave que parecía condenado a languidecer, mientras su burguesía anglófila se lamía las heridas en las casas de Getxo y Las Arenas, con los títulos de Deusto donde se mezclaban por generaciones apellidos de toda la vida. Pero, a la vez, ha eclipsado otros logros de la ciudad y, además, ha lanzado a otras a una carrera alocada por el museo más molón sin ningún resultado que le llegue al del Bilbao a la suela del zapato de titanio. El éxito de su transformación y el tener ahora mismo las cuentas del Ayuntamiento sin deudas le ha valido a Iñaki Azkuna ser elegido por una fundación británica el mejor alcalde del mundo, de una ciudad que no necesita subtítulos como inteligente, innovadora o capital de la cultura.
Sabíamos que era posible cuadrar las cuentas de un municipio como Torrelodones, donde gobierna un partido político de vecinos inquietos que empezaron haciendo un telediario artesanal en la casa de Juan Luis Cano, de Gomaespuma, para denunciar el despilfarro. Pero siempre se podía decir que Torrelodones era a la economía municipal como Islandia a la mundial. Sigo con simpatía a los que ponen a Islandia como ejemplo de salida de la crisis, con banqueros en la cárcel, pero puede ser cierto que no da el tamaño como modelo, con 331.000 habitantes, la mitad que Málaga. Por eso sí es importante que Bilbao haya demostrado que se puede gestionar con las recetas de la abuela, como dice Azkuna, siendo una de las principales ciudades españolas. Según el alcalde, cardiólogo de profesión, el único secreto ha sido ir pagando las deudas cuando entraba más dinero. Ahora, sí que quiere pedir a los bancos para mejorar la ría de Deusto. Se lo darán.
Así que, mientras aquí, en Málaga, sólo cabe pedir que dejemos de intentar imitar el efecto Guggenheim y que cuadremos muy bien las cuentas. Que todavía no hay estudios que expliquen que la felicidad y la cultura estén relacionadas con la exposición a cuadros por metro cuadrado, que los museos suelen ser la guinda del pastel, que recuperar la Alameda es el siguiente paso que debemos dar, como Bilbao transformó las orillas de la ría, porque vamos siempre a lo más difícil obviando el siguiente paso lógico. Transformar la Alameda es menos costoso y complicado que cualquier proyecto de cierta envergadura en el Guadalmedina. Sólo hace falta que sepamos qué va a ser del Metro, tranvía, trenecito o carril bici soterrado. Bilbao lo tiene en marcha, con diseño Foster. Y, sí, también por su culpa se lanzaron muchas ciudades a decir que el metro era una necesidad imperiosa. Sevilla y Valencia tienen menos viajeros, pero, claro es que en el Norte hace peor tiempo. Por ahora parece claro que lo que somos es menos eficaces gestionando el dinero. A ver si en eso también nos lanzamos todos a imitarles. Hay billetes baratos y directos de avión a Bilbao desde Málaga. Pero nos tememos que esas recetas, las de la abuela, son justo las que muchos políticos no quieren cocinar. Recortar gastos supone quitar esa grasa donde se refugia tan bien la celulitis de la casta política que ha nacido en las juventudes de los partidos.
Ah, Bilbao tiene una universidad privada, Deusto, que le da prestigio. Si vamos a lanzarnos a imitarles también en eso, por favor, que no sea una copia mala como siempre.
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