
Su obra arranca tardíamente, a los 34 años, de la mano del eminente arquitecto brasileño Lúcio Costa, aunque este dijo que solo había significado «el jardín de infancia de Oscar». Allí, Niemeyer conoció a Le Corbusier a quien adoptó como maestro y quien, a su vez, bendijo al discípulo: «Usted sabe realmente interpretar con toda libertad los descubrimientos de la arquitectura moderna». Pero con quien también tuvo cariñosas diferencias. El arquitecto suizo, autor del Poème de l'angle droite, recibió la réplica de Niemeyer con su Poema da curva, donde afirmaba: «Lo que me atrae es la curva libre y sensual». Con su elogio de lo orondo,Niemeyer no solo justificaba su arquitectura orgánica, sino al mismo tiempo pretendía significar su humanismo naturalista.

En el 2003, con motivo del centenario del FAD, se le pidió a Niemeyer, a través de Oriol Bohigas, otro longevo en activo, un dibujo para hacer una litografía conmemorativa. En seguida aceptó, haciendo gala de su probada generosidad en temas culturales. Pero pasaban las semanas y el dibujo no llegaba. Finalmente, en una llamada de urgencia, nos informaron de que el arquitecto en esos momentos estaba disfrutando del carnaval, y que, en cuanto acabasen los festejos, nos lo enviaría. Y así fue. Llegó el dibujo autografiado donde se veía «... um palácio, uma catedral e uma bela figura de mulher». Tenía entonces 96 años, pero seguía importándole las mismas cosas. Se volvió a casar a los 99 años, y regaló el diseño del Centro Cultural de Avilés que lleva su nombre. Insistía en su lema de juventud: «Lo importante es cambiar el mundo». Igualito que por aquí.
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