Es notoria la longevidad de muchos arquitectos, pero Oscar Niemeyer ha batido el récord y, además, en activo, superando al mítico Frank Lloyd Wright que continuó trabajando hasta los 92 años. Podemos considerar que la carrera de Niemeyer ha durado casi ochenta, con más de 600 proyectos, y que ha ganando todos los premios relevantes. Pero él insistía en que «la vida, apenas un soplo, es mucho más importante que la arquitectura». Podemos considerarlo como un prodigio de la naturaleza brasileña, que se desdobla claramente entre su colosal obra y su radical pensamiento: militante del movimiento moderno en arquitectura y a la vez ferviente militante comunista. Pero a la carioca. «Desprecio a la línea recta igual que al capitalismo».
Su obra arranca tardíamente, a los 34 años, de la mano del eminente arquitecto brasileño Lúcio Costa, aunque este dijo que solo había significado «el jardín de infancia de Oscar». Allí, Niemeyer conoció a Le Corbusier a quien adoptó como maestro y quien, a su vez, bendijo al discípulo: «Usted sabe realmente interpretar con toda libertad los descubrimientos de la arquitectura moderna». Pero con quien también tuvo cariñosas diferencias. El arquitecto suizo, autor del Poème de l'angle droite, recibió la réplica de Niemeyer con su Poema da curva, donde afirmaba: «Lo que me atrae es la curva libre y sensual». Con su elogio de lo orondo,Niemeyer no solo justificaba su arquitectura orgánica, sino al mismo tiempo pretendía significar su humanismo naturalista.
Su obra se caracteriza por una audaz estructura y las formas simples y contundentes. Nacen de sus dibujos a trazos, a los que la ingeniería sabe dar vida. Acusado de monumentalita por sus rotundas propuestas, principalmente en Brasilia, en realidad sus impactantes edificios ofrecen una escala acogedora cuando se visitan. Apenas usó las columnas, confiriendo a sus criaturas una expresión diferente del funcionalismo estándar, con un pulso más aéreo, en busca de la plasticidad. Siempre andaba buscando la sorpresa, la pureza portante y la emoción del visitante. «Arquitectura es invención», afirmaba, y si esto se logra, entra de pleno en el mundo del arte. Como él mismo.
En el 2003, con motivo del centenario del FAD, se le pidió a Niemeyer, a través de Oriol Bohigas, otro longevo en activo, un dibujo para hacer una litografía conmemorativa. En seguida aceptó, haciendo gala de su probada generosidad en temas culturales. Pero pasaban las semanas y el dibujo no llegaba. Finalmente, en una llamada de urgencia, nos informaron de que el arquitecto en esos momentos estaba disfrutando del carnaval, y que, en cuanto acabasen los festejos, nos lo enviaría. Y así fue. Llegó el dibujo autografiado donde se veía «... um palácio, uma catedral e uma bela figura de mulher». Tenía entonces 96 años, pero seguía importándole las mismas cosas. Se volvió a casar a los 99 años, y regaló el diseño del Centro Cultural de Avilés que lleva su nombre. Insistía en su lema de juventud: «Lo importante es cambiar el mundo». Igualito que por aquí.
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